jueves, 12 de febrero de 2015

LA CONDESA DE LAS TINIEBLAS




Me estoy muriendo. Él sigue ahí, cuidándome con devoción, pero también impidiendo que nadie vea mi rostro. Escogió unir su destino al mío para protegerme y acompañar mi triste soledad. No vendrá ningún doctor. Tampoco tendré el consuelo de un sacerdote. Moriré sola, como viví sola toda mi vida. He prometido permanecer oculta hasta el final de mis días y así lo cumpliré. El tiempo ha pasado rápidamente, aunque en ocasiones me haya parecido lento.

Soy hija de reyes, nieta de emperadores y hermana de Luis XVII, el legítimo rey de Francia, que según noticias vive todavía. La sangre de los Borbones y de los Habsburgo corre por mis venas, pero salvando los días felices de la infancia, el resto de mi vida he sido desgraciada. Desde la edad de diecisiete años permanezco prisionera de mi destino por haberme negado a cumplirlo: no podía unirme a los Habsburgo, que dejaron morir a mis padres, para luego casarme con mi primo Carlos por puro interés político, lo que supondría traicionar a mi amada Francia; tampoco podía seguir el juego a unos Borbones que habían contribuido a difamar y asesinar a mis padres para sucederles en el trono. También sería traicionar a mi hermano, el legítimo rey de Francia, tan oculto y más que yo para preservar su vida.

He respetado la promesa que hice a mis padres: no guardar rencor al pueblo francés, sacrificar mi vida si fuera necesario para no perjudicarlo y cuidar de mi hermano. De ahí mi silencio y aislamiento. Renuncié a todo. Incluso acepté ser suplantada. Moriré en el anonimato bajo un nombre falso. Reposaré para siempre en la tumba de una desconocida misteriosa: la Condesa de las Tinieblas.

Al contrario de mi hermano, que quizá no sepa ni quien es, yo pude salvar mis recuerdos. Ahora, en mi lecho de muerte, me vienen más que nunca las imágenes de mis amados padres: la reina María Antonieta, a la que tanto me parezco, quien me enseñó a comportarme como una princesa y a ser una mujer de corazón; mi bondadoso padre, Luis XVI, de quien aprendí a ser sencilla y a querer a Francia por encima de mi misma. Mi tía Elisabeth, que llevó su lealtad a mis padres hasta el cadalso, ella hizo de mí una buena cristiana. Reinette, mi cuidadora en la prisión del Temple, quien en mi orfandad fue una madre, una hermana, una amiga, incluso arriesgó su vida para protegerme. No sabe que no fui yo quien se negó a verla, sino que fue mi sustituta, ya que se daría cuenta que la duquesa de Angulema no soy yo, sino una impostora. Me duele el corazón cada vez que pienso en la decepción y tristeza de Reinette en aquél momento.

Me hubiera gustado dar mi último abrazo a mi hermano, que tanto me quería. Era un niño precioso y obcecado al que sólo yo lograba hacer entrar en razón. Quisiera poder decirle que nuestra madre no guardaba hacia él ningún resquemor y que jamás lo culpó por haberlas acusado, a ella y a la tía Elisabeth, de incesto ante el tribunal de la revolución. Al contrario, su corazón se desgarraba de pena por el daño que aquellos miserables le habían causado aprovechándose de quien no era más que un niño solo y a su merced.

El final se acerca. Él toma mi mano y me mira con ternura. Ha sido mi amigo y mi carcelero a la vez. También mi compañero de prisión. Sé que mi secreto morirá con él y que él morirá un poco el día que yo me vaya para siempre.












En el " Enigma de la esfinge ", que escribí el 24/04/2013 sobre los rumores que corren en torno al destino de Luis XVII, pongo en duda la versión oficial y expongo la tesis que defienden algunos historiadores, según la cual el pequeño rey de Francia fue ocultado toda su vida bajo la apariencia de una mujer con el fin de protegerlo. Era molesto para todos.




Por el contrario su hermana, María Teresa, resultó ser una pieza importante en el engranaje político de la época. Reapareció y fue más tarde Duquesa de Angulema al contraer matrimonio con su primo Luis Antonio de Artois, hijo de Carlos X, hermano menor de Luis XVI. Los Duques de Angulema fueron reyes durante tan sólo unas horas por abdicación del Duque. Murieron sin descendencia. Hasta aquí la historia oficial. Pero hay historiadores que ponen en duda la veracidad de esta versión: según pruebas y testimonios de la época, María Teresa fue sustituida por una hija bastarda de Luis XVIII, mientras la verdadera permaneció oculta hasta su muerte. 






En 1803 aparece en Alemania una dama cubierta siempre con un velo negro, acompañada de un caballero a quien todos llaman " Conde Vavel de Versay " y de un cochero suizo llamado Philippe Scharre, casualmente el mismo que llevó a María Teresa en su viaje desde la prisión del Temple hasta Austria para intercambiarla por prisioneros franceses. Todos suponían que se trataba de un matrimonio, aunque Vavel de Versay jamás afirmó ser ni conde ni marido de la dama. Durante unos años vivieron en Alemania hasta que su protector, el duque d'Enghien, fue ejecutado por orden de Napoleón. Al día siguiente, avisados por la esposa del duque, huyen a Holanda. En 1807 reaparecen en el principado de Hildburghausen bajo la protección de sus soberanos, también casualmente sobrinos de la que había sido la mejor amiga de la reina María Antonieta. Allí se instalaron hasta que murieron en el castillo de Eishausen, en cuyo jardín están ambos enterrados.







La vida de la pareja se desarrollaba en función de la protección a la dama: nadie podía aproximarse a ella ni hablarle, menos ver su rostro. Bajo órdenes estrictas de los soberanos del principado no se podía preguntar sobre su vida, ni tan siquiera las autoridades locales. El tren de vida que llevaban era principesco. Cada cierto tiempo el conde o el cochero recibían dinero del extranjero, así como abundante correspondencia. Todo se hacía en el secreto más absoluto, pero los rumores empezaron a circular por el pequeño principado cuando la doncella de servicio divulgó que la ropa interior de la dama tenía bordadas tres flores de lis, emblema que sólo los Borbones pueden utilizar.




Cuando la dama murió se hizo inventario de sus pertenencias, donde figura la lencería con las flores de lis. El conde declara que la dama se llama Sofía Botta, soltera de origen burgués, nacida en Westfalia en 1778, fecha de nacimiento también de la princesa María Teresa de Borbón. Investigaciones posteriores revelan que nunca existió ninguna persona con tal nombre en Westfalia. Años después murió el conde Vavel, quien era en realidad un diplomático holandés llamado Cornelius Van der Valck, del que se supo haber pertenecido a la logia masónica más poderosa de la época. Este hombre se negó siempre a desvelar el secreto de la dama a la que protegía, y así lo hizo.





Con el transcurso de los años los rumores crecían en vez de silenciarse, por lo que el 8 de Julio de 1891 se abrió la tumba. El doctor Lommler, encargado de exhumar el cuerpo, y las autoridades presentes en el acto descubrieron sorprendidos que el cadáver se conservaba perfectamente y que tenía un parecido físico asombroso con la reina María Antonieta. 




Hay más pruebas e indicios que ponen en duda que la duquesa de Angulema fuera la auténtica María Teresa de Borbón: ésta tenía la complexión física de los Habsburgo, mientras que la duquesa de Angulema era más corpulenta, como los Borbones. Todos los grafólogos consultados afirman que las cartas de una y otra muestran una caligrafía totalmente distinta. Hay testimonios de gente muy cercana a María Teresa que no la identifican con la Duquesa de Angulema. La personalidad y los gustos de una y otra son completamente diferentes, incluso antagónicos en muchos aspectos. La duquesa de Angulema era zamba, María Teresa no.



                                                               María Teresa de Borbón


                                                              
                                                              Duquesa de Angulema


Es evidente que la sustitución fue un asunto de estado en la que estarían comprometidos los personajes más importantes de la época, desde los Borbones y los Habsburgo hasta el mismísimo Napoleón. Baste decir que fue Talleyrand, ministro de Napoleón, quien expidió el pasaporte del conde Vavel. Hace poco, y después de muchas objeciones, se levantó otra vez el cadáver para hacer las pruebas genéticas. Como en el caso de Luis XVII, se refuerzan las tesis oficiales. No podía ser de otra manera. Quien manda, manda.