martes, 17 de septiembre de 2013

V - LA TRANSACCIÓN MEMOCRÁTICA






Cuando Alias Cagarro leyó entre lágrimas al reino el testamento del tirano Chancro, donde afirmaba dejar todo " atado y bien atado ", el pueblo tenía miedo tras cuarenta años de opresión: el futuro era incierto, los chancristas no estaban dispuestos a soltar las riendas del poder y amenazaban con una vuelta a los viejos tiempos. La oposición seguía en el exilio, en la cárcel o escondida, y el futuro rey, Juanito Bribón, no inspiraba confianza.






El tirano no había sido inteligente pero sí muy astuto, mentiroso y concienzudo. Como los monárquicos le recordaban su promesa de traer nuevamente la monarquía y Juan el Esperante, hijo de Sonso XIII, desterrado en la vecina Lusitania y cansado de esperar, maniobraba con los suyos para forzar su retorno, para neutralizarlo Chancro había exigido que el hijo del Esperante fuera educado en el reino conforme a los sagrados principios chancristas. Así se hizo y Juanito Bribón fue un buen discípulo: lo primero que hizo llegado el momento fue aceptar la tentadora oferta del tirano: jurar los principios chancristas y traicionar a su padre arrebatándole el trono. 









Los chancristas entraron en pánico a la muerte del dictador. Los más fanáticos y reaccionarios querían continuar la dictadura sin cambiar nada. Otros, tan ortodoxos como interesados, pero menos viscerales, se dieron cuenta de que se lo jugaban todo a una carta perdedora. Los tiempos habían cambiado y las exigencias del imperio de los Falsarios Unidos y de las vecinas falsocracias, que ya no podían permitirse apoyar a esta tiranía, pero tampoco demonizar a quien hasta entonces había sido un fiel aliado, les " recomendaban " cambiar al menos las formas aunque el fondo permaneciese igual. Entre todos diseñaron una estrategia: la Transacción Memocrática.






Los chancristas podían correr el riesgo de tener que huir con los bolsillos vacíos, ser perseguidos y juzgados por tribunales internacionales. Había que cambiar algo para que nada cambiara. Los Grandes Urdidores, con mucha astucia y no menos cinismo, jugaron el papel de poli bueno-poli malo que tan buenos resultados les habían dado siempre. El recién estrenado Rey, siguiendo las pautas acordadas, forzó la dimisión de Alias Cagarro y puso en su lugar a Golfo Suávez, su compañero de juergas y un antiguo fachangista dúctil y carismático, más apropiado para organizar aquél paripé.






Decidieron mandar emisarios para tantear a una oposición cansada de esperar durante cuarenta años de exilio y ansiosa por tocar poder: por un lado estaban los Comenlomismo, liderados por Santiago Zorrillo, un viejo militante que había participado en la guerra civil y que tenía fama de astuto. Por otro los Sociolistos, cuyo líder, Flipe González, era un joven abogado que parecía diseñado para aquél momento histórico. Los Nacioegoístas y otras tendencias políticas estaban deseando también su trozo de tarta, así que la mayoría de la oposición tragó el anzuelo. Su mentalidad de derrotados y perdedores hizo que se sintieran halagados e incluso agradecidos de que por fin se contara con ellos.


                                                     








Con tan buenos principios dio comienzo la puesta en escena. Bajo la dirección de los Grandes Urdidores - Falsarios Unidos, Falsocracias y chancristas reformistas - comenzó un chantaje desvergonzado al pueblo y a la oposición antichancrista, dando aparentemente un paso al frente sin moverse del sitio, vendiendo el favor al pueblo de un supuesta y voluntaria entrega de soberanía, creando la imagen de un rey conciliador entre las partes, " perdonando " a sus víctimas y dando la vuelta a la tortilla de tal manera que resultaba ridículo, si no fuera tan trágico, ver al pueblo manifestarse pidiendo clemencia y suplicando amnistía a los verdugos, en vez de echarlos y ajusticiarlos directamente como sucede con todas las dictaduras cuando caen. Ignorante de la trampa e incluso agradecido ante aquella concesión, el pueblo se echó a la calle exultante dando por hecho que se amnistiaba a una oposición, que era legítima, cuando en realidad a quien se estaba amnistiando - y con ello legitimando - era a los chancristas. Esta paradoja explica todo lo que sucedió en aquella cacareada Transacción Memocrática. 






Por el contrario los chancristas, después de cuarenta años de poder absoluto y aún a sabiendas de que ahora les tocaba ser los perdedores, seguían manteniendo las apariencias y portándose como vencedores. Entraron a negociar de farol y, haciendo ver que todavía eran los amos, pusieron sobre la mesa dos caramelos, uno de miel y otro de hiel. El de hiel tenía el sabor de la guerra, del miedo y de la sangre. El de miel tenía el sabor de la paz: se legalizarían los partidos, entre todos harían una Constitución y se celebrarían unas elecciones memocráticas. En fin, entrarían todos juntos de la mano en la historia como salvadores de la patria.








Pero como buenos jugadores, los Grandes Urdidores sabían que el caramelo no podía regalarse. El delicioso caramelo de miel fue muy caro: su precio era olvidar el pasado reciente, dejar que los criminales chancristas siguieran en política como si nada y, lo que es peor, sin responder de sus crímenes ni devolver lo robado. En resumen, el precio era mirar para otro lado traicionando a los muertos, al pueblo y a sus ideales. La oposición compró el caramelo al precio de la mentira, la traición y la injusticia. En ese momento los chancristas ganaron de nuevo la guerra.  








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