sábado, 12 de septiembre de 2015

DIME DE QUE PRESUMES...

Estoy leyendo un libro que trata de un tema trascendental, existencial y profundo donde los haya, sobre el Estado, el poder político y cosas por el estilo. Temita donde los haya. Pero como hay que leer de todo un poco y cayó en mis manos este libro, pues allá me zambullo en el proceloso mar de la sapiencia infinita, a ver qué pasa.




Lo primero que aparece en el libro, antes del Indice y la Introducción, es una reseña del autor, de cuyo nombre no quiero acordarme, que se presenta como " no intelectualista, en el sentido radical del término, antítesis del narcisismo profesoral y libresco ". Así como lo pongo, remarcado en negrilla. Doctor en Derecho, profesor de universidad, catedrático por más señas, y egregio, ínclito, insigne, ilustre, esclarecido y lo que haga falta, aunque no afamado por mor de la ignorancia plebeya, es autor de una retahila de obras mencionadas en la reseña, que lo sitúan en un plano " polivalente " del pensamiento socio-jurídico, donde el libro constituye " una de sus últimas manifestaciones en el ámbito del Derecho Público ", que de otros ámbitos ya ni se digna hablar.




Nada más abrir el libro, lo primero que aparece tras el Indice es una página entera dedicada sólo y exclusivamente a una breve frase de un tal Joseph Brodsky, a la sazón premio Nobel en 1987. La frase reza: " La cultura es elitista por definición, y la aplicación de los principios democráticos a la esfera del conocimiento lleva a equiparar la sabiduría con la idiotez ". Para botón de  muestra de idiotez, la propia frase. Ignoraba que había premio Nobel de gilipollez. A ver si lo entendí bien: los que no somos élite nunca seremos cultos y, consecuentemente, sólo la élite puede ser culta. Por definición, no ? El resto de la cita ya ni me atrevo a comentarla, mi condición no elitista no me permite alcanzar los arcanos de la esfera del conocimiento. Qué le vamos a hacer ! Aunque lo de equiparar la sabiduría con la idiotez sí que lo entiendo. Es por aplicación de los principios democráticos esos.





Con este principio la continuación es evidente. Pasando a la Introducción, menciona nada más que en dos páginas nada menos que seis autores. Y eso que el tío no va de intelectual. Pero en cuanto entra en materia las citas se multiplican en proporción geométrica hasta el punto que la obra parece más un libro de " Citas que deberían ser célebres porque yo lo digo " que un ensayo o, como el propio autor dice al principio de la Introducción," si es que puede llamarse así ". 




Voy por la mitad del susodicho ensayo, que no llega a las cien páginas, y me cuesta, me cuesta llegar al final. Y no es porque esté mal escrito o no tenga razones bien expuestas y contrastadas a base de citas buscadas y rebuscadas. Que va ! Las opiniones allí vertidas gozan de toda la autoridad académica habida y por haber. Son solemnes, profundas e irrefutables. O al menos eso parece según se desprende del estilo. Pero me cuesta Dios y ayuda sufrir la pedantería de este " no intelectualista antinarcisista profesoral y libresco ", que nunca se mira en un espejo, y si se mira no se ve todo junto.


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