miércoles, 17 de febrero de 2016

ALFONSO " EL LIMPIA "

" AL EMPEZAR A LEER SE ME ABRIÓ LA MENTE. YO TENÍA CERRADA LA MENTE. LOS 
LIBROS TE LA VAN ABRIENDO HASTA QUE LLEGA UN MOMENTO EN QUE TE DAS 
CUENTA DE QUE HABÍAS ESTADO ABOTARGADO, QUE TU MENTE NO TRABAJABA PORQUE NO LE DABAS LOS INGREDIENTES. LOS INGREDIENTES PARA MÍ ERAN LOS LIBROS ".

                                 Resultado de imagen de alfonso el limpiabotas lavacolla santiago de compostela

Esta oración podría atribuirse a cualquier filósofo o pensador, a algún sabio de la antigüedad. Estaría escrita en molde en más de un monumento y a la entrada de muchos colegios, universidades y, sobre todo, bibliotecas. Sin embargo, su autor es Alfonso, " el Limpia ". Un limpiabotas. A mucha honra. Y tiene muchas más frases de esta índole.


                                     Resultado de imagen de alfonso el limpiabotas lavacolla santiago de compostela

La pregunta es: podemos considerar a un limpiabotas como un filósofo, pensador o sabio ? Por qué no ? Acaso Diógenes no era un mendigo, tenía por casa un barril de vino, sin más compañía que su perro ? El mismísimo Alejandro Magno fue a rendirle pleitesía y a ofrecerle lo que quisiera. " Aparta, que me quitas el sol ", le respondió Diógenes. 


                                    Resultado de imagen de diógenes el cínico

El propio Sócrates cuenta que tuvo una revelación como la de Alfonso cuando fue a visitar el oráculo de Delfos. Sobre el pórtico del templo estaba escrito: " Conócete a ti mismo ". Sócrates entregó su vida a esa tarea. Y gracias a eso nos enseñó a pensar. Él descubrió la Mayeútica, el método crítico por excelencia. El más sencillo. El mejor. Y hasta el más barato. Preguntar siempre, y no dejar de preguntar hasta que se llegue a una respuesta correcta, a la verdad o a lo que más se aproxime, y rechazar todo lo demás. Y seguir preguntando y rechazando sin más arma que la razón. Qué, quién, cómo, cuándo, por qué, por qué, por qué, siempre por qué. 


                             


Platón descubrió el método, Aristóteles el sistema. Con esto nació la Ciencia. Fue el día que Sócrates se puso a pensar. Afirmaba que cuando vio la frase en el templo tuvo una revelación, un trance, una epifanía, un milagro, como quiera expresarse. Sócrates creía que los dioses le habían concedido una gracia especial, el don de pensar, una gracia divina de la que no participaban sus contemporáneos o, al menos, no muchos. Y así era en efecto.


                                   Resultado de imagen de la mayéútica

                                

                                   
Hoy, casi dos milenios y medio más tarde, la cosa está igual o peor que en los tiempos de Sócrates. Hay mucha gente que no piensa, o piensa muy poco. Casi nadie se conoce a sí mismo. Y gente que le guste pensar hay cuatro gatos. Alfonso es uno de ellos. Gato escaldado por la vida, cuyas desgracias le hicieron reflexionar. Hasta los cuarenta, según él mismo dice, fue un don nadie. No ya como individuo, un simple limpiabotas, sino sobre todo como persona. Alfonso no se conocía a sí mismo. Era una de los millones de víctimas de la dictadura franquista que se tuvo que buscar la vida como pudo. Familia sin recursos, hambre, miseria humana. Infancia y juventud perdidas, ex-legionario sin futuro ni medios, cargado de hijos a los que hay que alimentar. A limpiar botas. Y a matar los ratos de aburrimiento leyendo. Eso le abrió la mente, aprendió a pensar, cosa que hasta entonces no solía practicar.


                              Resultado de imagen de alfonso el limpiabotas lavacolla santiago de compostela

El " trabajo " de limpiabotas no funcionaba. Hasta los años sesenta los " limpia " iban tirando. En los setenta empezaron a desaparecer. Oficio en extinción con la llegada de los nuevos tiempos, Alfonso no sabía qué hacer. Deambulaba en horas punta por la estación de autobuses, por la de trenes. Poca suerte y mucha competencia. Acabó yendo al aeropuerto, a diez kilómetros de la ciudad, donde no había competencia. No es que hiciese mucho dinero, pero iba tirando, iba manteniendo a la familia. Como el aeropuerto no tenía un gran tráfico de aviones, Alfonso mataba el tiempo leyendo. Aprendió a aceptar su destino. Se convirtió en un filósofo estoico.


                               Resultado de imagen de hombre leyendo un libro


Así lo conoció mi marido, y después yo. Con mi marido tuvo Alfonso una relación muy especial. Les unía la lectura. En la barra de la cafetería Alfonso le escenificó muchas veces a mi marido de arriba a abajo toda " La colmena " de Camilo José Cela. Era su gran pasión. Alfonso se identificaba con Padilla, el limpiabotas de la obra, y daba media vida por representar ese papel. Se sabía la obra de memoria, nos dejaba pasmados. Un día mi marido le dijo: " El que viene mucho por aquí es Cela. Por qué no le entras ?" Alfonso hizo un gesto: " Ya lo he visto muchas veces. Pero no me atrevo, me da corte ". Mi marido respondió: " De eso nada. Le va a encantar, ya lo verás ".


                                              Resultado de imagen de la colmena

Un día Alfonso llegó hasta mi marido con una sonrisa radiante. " Acabo de limpiarle los zapatos a Don Camilo ", dijo. " Y qué tal ?, respondió mi marido. Alfonso hizo con la mano un gran gesto en círculo, le había salido redondo. Explicó con pelos y señales toda la conversación con el Nobel de literatura, quien le había dicho: " Se sabe la obra Vd. mejor que yo ". Alfonso estaba exultante y con unos nervios que no podía controlar. Cela se portó muy bien. Le dio cinco mil pesetas y le prometió además que le iba a enviar el libro dedicado, cosa que efectivamente hizo. Ese día Cela quedó asombrado, tuvo otra epifanía: conoció a Padilla, al verdadero Padilla, que él había creado de su imaginación.


                             Resultado de imagen de la colmena

                                

Fue la suerte de Alfonso. Lógicamente, Cela se interesó por él. Siempre que pasaba por el aeropuerto Alfonso limpiaba las botas de don Camilo. Allí tenían sus cosas, su tiempo, sus conversaciones, y luego Cela gratificaba espléndidamente los servicios de Alfonso. Limpiar zapatos era la excusa. Luego Cela le dedicó un artículo de prensa, y Alfonso terminó siendo un personaje y mucho más en pluma de un premio Nobel. Se lo merece. Multiplicó su clientela, entre la que cuentan académicos, políticos y lo que haga falta. Apareció en televisión, se hicieron documentales sobre él, hasta leyó el pregón desde el balcón del ayuntamiento de Santiago de Compostela el día de la gran fiesta local. Alfonso es hoy una institución. Se lo merece. 


                                                   
    

                              

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