martes, 23 de agosto de 2016

LA FORTALEZA INEXPUGNABLE


En 1342 ingleses y escoceses andaban a la greña, como tenían por costumbre desde tiempos inveterados. El rey de Escocia, Eduardo I, estaba asediando el castillo de Salisbury, defendido con uñas y dientes por la condesa, Alice, al mando de la guarnición por ausencia de su esposo. El rey de Inglaterra, Eduardo III, llegó a tiempo para librarla del cerco y, al igual que el resto de su ejército, quedó admirado del gran coraje de la condesa, así como de su belleza y cortesía. Toda la hueste la contemplaba con asombro y reconocimiento, y el propio rey no podía impedir mirarla como un pasmado, nunca había conocido una dama tan noble, tan bella, tan cortés, tan todo, que quedó perdidamente enamorado de ella.



                           Resultado de imagen de asalto a una fortaleza


Tan pasmado enamorado quedó el rey Eduardo que no le quitaba el ojo de encima, lo que obligaba a la condesa a hacer gala de sus mejores maneras para llevar la situación por los cauces reglamentarios, pero ni con esas, ya que el rey insistía y persistía en mirarla y remirarla, lo que hacía que la condesa fuese pasando del apuro al bochorno hasta llegar a la vergüenza ajena y más lejos. Pero Eduardo ni se enteraba de nada y seguía erre que erre, insistiendo y persistiendo, mirando y remirando, pensando y repensando, hasta que al final se atreve, que para eso es el rey, y a ver cómo sale de ésta. Y le hizo la propuesta...


                            Resultado de imagen de dama medieval


Pero la condesa de Salisbury salió del asunto con la clase, el estilo, la elegancia y todas las demás virtudes que adornan a una verdadera dama, y le dio un capotazo a Su Majestad que lo dejó clavado en el sitio. Lo que dejó a Eduardo todavía más pasmado enamorado, por lo que siguió insistiendo y persistiendo, que para eso seguía siendo rey, y a ver por donde sale esta vez que le regaló un anillo de oro con una piedra preciosa del tamaño de una bellota que hoy se lo arrancarían del dedo a mordiscos. Pero la condesa mantuvo el tipo y le dio otro capotazo con la clase y elegancia que el patán de Eduardo, por más rey que fuera, no alcanzaría nunca. Y como, efectivamente, no la alcanzaba, siguió insistiendo y persistiendo para que la condesa aceptase el anillo, cosa que finalmente la bella Alice tuvo que hacer para que aquella comedia no terminase en tragedia.


                                Resultado de imagen de anillo con piedra preciosa


Después de unas cuantas escaramuzas amorosas fracasadas estrepitosamente, por fin Eduardo se tuvo que marchar. A la hora de la despedida aun insistió y persistió por última vez ante la condesa, no fuera a ser que en el último instante ella cayera rendida, pero fue que no y la noble condesa, haciendo acopio de energías, aguantó pacientemente los últimos embates del monarca con la mayor cortesía, clase, talante y elegancia nunca antes vistas por el contumaz monarca. Cuando finalmente el rey Eduardo III de Inglaterra salió  por la puerta del castillo, una doncella de la condesa le salió al paso con un regalo de despedida. Todo emocionado y dejando volar su imaginación hasta donde la razón no alcanza, el rey abrió el regalo: era el anillo.    


                         






  

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