martes, 20 de septiembre de 2016

LAS PAREDES OYEN

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Cuando yo era muy pequeñita escuché en una fiesta familiar lo siguiente: " Cállate. Las paredes oyen ". Lo recuerdo como si fuera hoy. No sé que edad tendría, desde luego menos de cinco años para creer que las paredes podían verdaderamente oirnos. No sé de qué se hablaba, no creo que de política porque en aquellos tiempos ese tema era tabú. Imagino que hablarían de cualquier cosa, no necesariamente importante, pero que de alguna manera provocó que alguien hiciera un comentario " improcedente ". Tampoco recuerdo quién habló ni lo que dijo, eran temas incomprensibles para una niña de mi edad, pero lo que sí recuerdo como si fuera ahora mismo fue la voz seca y tajante de mi padre: " Cállate. Las paredes oyen ".


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Yo miraba estupefacta a todas partes tratando de ver por donde podían escucharnos las paredes, pero no veía orejas ni nada que se pareciese a un aparato auditivo, y si no había nada que pudiera registrar sonidos mi pobre cabecita no podía aceptar que las paredes de mi casa pudieran escucharnos y, lo que es peor por el tono de voz de mi padre, espiarnos o suponer incluso una amenaza grave. Pero mi padre no podía equivocarse, y la reacción de los demás ponía en evidencia que mi casita, mi hogar, me escuchaba, me espiaba, eran una amenaza real para toda mi familia. Eso también lo recuerdo claramente, como si fuese ahora mismo, después del silencio que siguió a la voz de mi padre y a la cara que pusieron todos.


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Con el paso del tiempo volví a oir esa frase y comprendí su significado. Vivíamos bajo una dictadura cruel y sanguinaria, un régimen de terror que no dudó en lanzarse a una guerra civil y matar indiscriminadamente a no se sabe ni cuánta gente, se estima un millón de personas - muchos todavía siguen en las cunetas donde fueron asesinados -, exiliar a otros tantos, y al resto tenernos bajo la bota hasta el extremo de tener miedo de que las paredes oyesen. No se podía ni hablar en la intimidad del hogar, estaba en juego la propia vida y la de los más cercanos. Cualquier comentario, por banal que pareciese, podía ser peligroso. Cualquier denuncia anónima y sin pruebas podía suponer el desastre y la ruina de la vida de una persona y de su entorno más próximo: familia, amigos, vecinos,... Había miedo, la vida pendía de un hilo. La dictadura franquista se mantenía bajo un régimen de terror feroz, nos tenía a todos en un puño y apretaba cuando y cómo le daba la gana. Todo estaba atado y bien atado.


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La autocensura se hizo costumbre. El españolito de a pie aprendió a callarse, cuando menos por si acaso, y siempre por miedo. El silencio se hizo ley. España estaba por fin en paz, la paz de los muertos vivientes. La miseria humana caló en el ánimo de los españoles, a la corrupción material siguió una corrupción espiritual. Los criminales cabalgaban por su coto privado, hacían la ley y establecían las pautas de lo bueno y lo malo, de lo justo y lo injusto. Los demás teníamos que callar y obedecer. España era un cementerio de muertos vivientes y silenciosos, zombies sumisos a la voz de su amo.


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Durante cuarenta años la dictadura franquista sometió a la población a un auténtico lavado de cerebro. Toda la intelectualidad fue purgada, cuando no encarcelada o fusilada. Las generaciones anteriores a la guerra aprendieron a callarse. Las generaciones posteriores fueron educadas según la voluntad del régimen, bajo una propaganda maniquea que ensalzaba las " virtudes " de los asesinos y condenaba los " crímenes " de sus víctimas. Las generaciones del franquismo fuimos educadas a base de palo y dogma, dogma y palo. aprendimos una realidad desvirtuada, surrealista, kafkiana. 


                             Resultado de imagen de dali obras surrealistas


Cuando en 1959 Eisenhower vino de visita a España la dictadura franquista respiró tranquila. Sus crímenes no iban a ser castigados, iba a perpetuarse en el poder, podían respirar sin temor. Después del rechazo y bloqueo internacional, la guerra fría otorgó a Franco patente de corso y garantía de supervivencia. Imnunidad e impunidad a cambio de bases militares yanquis en territorio español. A la memocracia norteamericana no le importó que los españoles siguieran bajo la bota del dictador, su afán por proteger los ideales democráticos suponía aliarse con quien los violaba. Era aquello que se ha dado en llamar " políticamente correcto ".


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Pero los tiempos empezaron a cambiar, y de forma revolucionaria. Hasta la propia Iglesia, tan retrógrada y más que la propia dictadura a la que había amparado bajo su palio, dio un giro copernicano jamás visto en toda su historia - y enseguida abortado - predicando un evangelio de un Jesús revolucionario. Apaga y vámonos. El propio régimen franquista veía desmoronarse desde el interior sus " inquebrantables principios ": Una nueva generación, que no había sufrido las miserias de la guerra, demandaba otros planteamientos más acordes con los tiempos que corrían. La dictadura tuvo que abrir la mano, más por obligación que por gusto, y los españoles empezaron a tener cierta libertad... para emigrar al extranjero a buscar una vida digna. En España la dignidad seguía secuestrada por los criminales. Por supuesto, todo seguía atado y bien atado. Hablar seguía siendo peligroso.


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Tras la muerte de Franco y el presunto harakiri de su régimen, la transición memocrática tenía que haber modificado todos los hábitos y costumbres del franquismo. Pero no lo hizo. Bajo la capa de modernidad y democracia, la sociedad española siguió siendo franquista, si no en las formas, desde luego en el fondo, resultando chocante ver a muchos izquierdosos tan franquistas y más que los propios adeptos al franquismo. Los que mamamos las " excelencias " del régimen no teníamos ni idea de lo que era vivir en un estado social, democrático y de derecho. Tan solo algunos de los que habían emigrado habían asumido esos conceptos. La mayoría de los españoles de hoy siguen sin conocerlos. Mucho hablar y más desbarrar, pero la mitad o más de la población sigue en la inopia democrática.


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Más de cuarenta años después de morir Franco, arrastramos todavía muchos hábitos franquistas, y sin saberlo tan siquiera. Entre estos hábitos está la ignorancia, el miedo, la obediencia, la falsedad, la envidia, la maldad y, sobre todo, la corrupción, esa corrupción no solo material, sino sobre todo espiritual, que nos aleja de la dignidad y nos hace miserables. El franquismo sembró aquellos hábitos para cosechar beneficios propios. Hoy el tardofranquismo sigue recolectando su cosecha, a través de esa mentalidad forjada a sangre y fuego en el espíritu de los españoles, a través de un voto fiel y obediente que ni cuestiona a quien va, a través de una mentalidad incapaz de romper las cadenas de la dictadura interior, forjadas a base de ese miedo que todavía persiste, a través de esa corrupción material y espiritual que somos incapaces de extirpar. El franquismo sigue vivo, no hay más que verlo en la crisis que arrastramos desde hace casi una década ( una década ) y que todavía arrastraremos durante mucho tiempo. Ese franquismo, hoy disimulado bajo siglas políticas " democráticas ", sigue gobernando como en los mejores tiempos. Y cuando no gobierna, manda. Todo quedó atado y bien atado. Así nos va.    

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1 comentario:

  1. No me gusta nada la peña "politicamente correcta". Un placer leer parte de tu esencia e impregnarme de ella.

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