sábado, 9 de marzo de 2013

ARIADNA




Mi vecina Ariadna es una flamand rubia con mechones oscuros, alta y de constitución fuerte, pero sin un solo gramo de grasa. Su edad es difícil de determinar: no es una jovencita, pero tampoco una cuarentona. Es guapa a su manera. Ariadna llegó a principios de verano sola, con su roulotte a cuestas, instalándose sin preguntar ni dar explicaciones frente a mi ventana. Ahí sigue sin decir palabra, casi pegada al cristal de la cocina. Tanto es así que para limpiar los cristales espero a que se vaya un ratito a sus asuntos. 

Ariadna, al contrario de lo que pueda parecer, no es nada cotilla y sí muy trabajadora, limpia e independiente. Se pasa los dias tejiendo, mirándonos a través del cristal con indiferente frialdad. Tampoco nos juzga, va y viene sin hacer ningún ruido. Colabora a su manera en la higiene de mi pequeno jardín y también a su manera se busca la vida. Jamás nos ha pedido nada y su roulotte brilla cuando hace sol de un modo especial. No debe de tener familia porque nunca vi bebés, tampoco tiene visitas. No le conozco pareja y, que yo sepa, tampoco trajo ningún ligue ocasional a pasar una noche loca. Es decir, no es frívola ni promiscua.

Hace una semana me quedé mirándola y dije a mi marido con un poco de tristeza y un mucho de ignorancia que si era cierta la teoría de la reencarnación, no me gustaría hacerlo en Ariadna porque su vida me parecía muy triste y monótona. Al día siguiente, cuando fui a preparar los desayunos, me di cuenta que Ariadna no estaba, ni tampoco su roulotte. Al principio no le di mayor importancia porque a veces desaparecía unas horas, pero siempre regresaba. Cuando regresé de trabajar no estaba, tampoco al día siguiente, ni al otro. Confieso que al principio me sentí un poco aliviada, porque la maruja que llevo dentro pensó que volvería a limpiar los cristales cómodamente y que la estética de mi cocina mejoraría sin Ariadna. Diré también que la soñadora que hay en mí hablaba con Ariadna cuando estábamos a solas. Eran monólogos^porque ella nunca me respondía, unas veces cortos y de lo cotidiano, otras veces largos y de lo divino. Le contaba también secretos y mis sueños más locos e infantiles.

Cada día, cuando me levantaba, miraba con la esperanza de volver a verla. La echaba en falta, y era precisamente su companía silenciosa lo que yo añoraba. Ayer, cuando fui a preparar la cena y encendí la luz de la cocina, vi algo en la ventana. Mi corazón latió con fuerza. Me acerqué y alli estaba otra vez Ariadna pegada al cristal. Me pareció ver una sonrisa irónica en su carita guapa. Pensé que quizás Ariadna se había sentido molesta por mi frívolo comentario sobre su vida y con su ausencia quiso demostrarme que era tan importante o más que yo porque cumplía a la perfección su función en la naturaleza, además de hacerme compañía y no necesitar para nada la mía.

Ariadna es una araña que desde hace un tiempo cuelga de la ventana de mi cocina.









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