viernes, 1 de marzo de 2013

EL AMO DEL MUNDO




El hombre que  cruza el parque cada manaña de Domingo  es de edad mediana y no tiene ningún rasgo que lo distinga de los demás paseantes. Sólo su mirada fría y un poco perdida inquieta a quienes lo miran. No parece que esté dando un paseo, tampoco que vaya con prisa. Su marcha uniforme muestra determinación, pero su paso un poco retenido indica una voluntad de demora. La expresión concentrada y tensa de su rostro hace pensar que al final del trayecto le espera algo inevitable que parece desear y temer con la misma fuerza. Durante ese recorrido vienen a su mente unos mismos recuerdos, que no quiere ni puede evitar y que le producen a un tiempo placer y desagrado.

Su infancia, al lado de un padre demasiado ocupado, duro y austero, le había hecho fuerte. No tenía la debilidad que da la búsqueda de afecto, simplemente no añoraba lo que no había tenido. No recordaba a su madre, ni tampoco había preguntado por ella. Siempre intuyó algo desagradable detrás de esa ausencia.

Nunca podrá olvidar la mirada de espanto y asco en los ojos de aquella niña a la que había mostrado orgulloso la cruel mutilación de su hamster hasta conseguir su total sumisión. La niña le vomitó encima, lo golpeó tirándolo al suelo y huyó horrorizada. Nunca volvió. Este suceso marcó su vida, pues sentía por su compañera de juegos una debilidad especial, pero a partir de aquella experiencia su relación con las mujeres fue carnal y siempre de dominio. Durante un largo período disfrutó del sexo experimentando con el dolor ajeno, pero desde hace tiempo el sado que practica en su club privado ya no basta a su adrenalina . 
    
El último año de universidad fue iniciado por su padre en una poderosa logia masónica que perseguía un nuevo orden mundial basado en la creación de una sociedad esclavista incapaz de pensar por sí misma. Dentro de aquella sociedad fue ascendiendo rápidamente hasta alcanzar el grado de gran maestre, lo que le confirió un poder y una autoridad casi absolutos. Era obedecido sin réplica por grandes líderes mundiales.   

Le fueron revelados ocultísimos secretos de estado y adquirió conocimientos sólo al alcance de muy pocos privilegiados. Era también poseedor de una colección de arte que para sí quisieran muchos museos. Gran filántropo, dedicaba una parte de sus ganancias a actividades culturales que doraban su blasón y desgravaban impuestos. Era muy temido por estas razones y, en la misma proporción, también muy respetado. No hizo amigos porque no necesitaba afecto, pero sí estableció siempre fuertes y ventajosas alianzas.

Tomó las riendas de los negocios familiares antes de morir su padre. Dedicaba todo su tiempo y energía a estos negocios, planificando sus operaciones con la misma estrategia que un general prepara sus batallas. No dejaba nada al azar, ni tampoco tenía escrúpulos con los métodos empleados. Sólo le importaba el éxito final. Multiplicó su imperio. Sin embargo su sed de poder no se saciaba.

Desde que podía recordar, el poder era lo único que le producía verdadero placer, un placer tan intenso que incluso llegaba a producirle orgasmos en los que casi perdía el conocimiento. Cada vez subía más escalones en esta vorágine de poder y sexo, que lo arrastraban ya casi sin control hacia una catarsis que él mismo era consciente que terminaría en autodestrucción. Sabía que la última batalla la libraría contra sí mismo.

Ensimismado en sus pensamientos llega al final del parque. Cruzando rápido la calle entra en el gran rascacielos de su propiedad ubicado al otro lado. Su rostro se contrae de deseo cuando se mete en el ascensor que lo llevará en unos minutos al cielo privado donde jugará a ser Dios. Los dos hombres armados que van siempre guardándole la espalda se quedan esperando en el vestíbulo.

   
Hace un rato que ha entrado en la sala; está en trance, borracho de poder y de sexo, sentado ante la pantalla de un ordenador. Su dedo índice acaricia tembloroso la tecla que pondría en marcha un virus informático encargado por él para destruir gran parte de la humanidad. La élite a la que pertenece ha construido hace tiempo una lujosa ciudad bunker donde sólo ellos podrán sobrevivir a la catástrofe programada mientras duren las secuelas y se instaure el nuevo orden.  

Quiere  retardar ese momento como el amante que retarda su orgasmo para prolongar su placer. Su adrenalina está al máximo, su sexo erecto y a punto de estallar. Quizás hoy logre una vez más dominar su placer y no pulsar la tecla.

El hombre de apariencia corriente que en estos momentos vuelve a cruzar el parque tiene en sus manos nuestro destino: es el amo del mundo.




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