martes, 7 de mayo de 2013

CAPITULO I EL ÚLTIMO CONQUISTADOR







Este extraordinario y sorprendente relato va a ir publicado en cuatro capítulos. Espero que os guste.



CAPÌTULO I

AY DEL POBRE QUE ENCUENTRE UN TESORO !!



Hacía poco tiempo que Marta y David habían abierto su almoneda en los bajos de una antigua fábrica reconvertida en viviendas y locales comerciales cuando un colega de la profesión les habló de la propietaria de una casa de indiano que quería vender una pequeña biblioteca. No lo pensaron mucho y decidieron ir a verla.

La casa estaba a unos cien kilómetros de su ciudad. Al llegar fueron recibidos con recelo por una anciana acompañada de un hombre de mediana edad que presentó como su sobrino. Ambos les condujeron a una cocina en la que, inexplicablemente, había una pequena biblioteca de libros antiguos. Cuando David intentó acercarse para mirar el material la anciana se lo impidió con un gesto. David preguntó el precio y, como no era excesivo, acordaron la compra dejando una pequeña señal porque aún tardarían casi un mes en ir a recoger los libros.

David no estaba muy convencido de aquella compra hecha casi a ciegas: La biblioteca le había parecido en su mayor parte de tema religioso o jurídico, lo que haría difícil su venta. Además, había visto el serrín que deja la terrible polilla y que hacía temer una compra desastrosa. Marta lo tranquilizó diciendo que, como había varios libros de pergamino, se venderían para decoración y, en cualquier caso, les vendrían bien para sus escaparates, lo que amortizaría la compra.

Pasado el tiempo acordado, un domingo temprano David y Marta subieron a su furgoneta y se presentaron en la casa. Esta vez los recibieron los propietarios con la curiosidad y la cordialidad de la gente solitaria que no suele recibir visitas. Su recelo anterior había desaparecido. Tras charlar un buen rato, David entregó el precio acordado. La anciana lo tomó y les dijo que en ese tiempo había tenido otra oferta mejor, pero que ella había respetado el trato. Eran gente de honor y valoraban la palabra dada. 

Inmediatamente Marta y David empezaron a meter en cajas los libros de la vieja y polvorienta biblioteca que, efectivamente, era mayoritariamente de tema religioso y jurídico. Cuando llevaban un buen rato embalando cayó al suelo un libro. David se bajó a recogerlo y al abrirlo comprobó que era en realidad una preciosa encuadernación de piel que contenía un mapa antiguo. Acto seguido miró en el estante y vio que había otras cuatro encuadernaciones con sus respectivos mapas que, en un primer vistazo, le parecieron manuscritos.

David estaba tan atónito que la anciana se apercibió inmediatamente y le pregunto qué había visto. Él no le ocultó el hallazgo, y además se interesó por la historia de la casa y de sus antiguos propietarios para averiguar la relación con aquella cartografía. La anciana les contó que había sido la antigua criada de aquél caserón en el que había entrado a servir de niña, donde había cuidado a toda aquella familia hasta que todos se fueron muriendo sin descendencia y finalmente, en agradecimiento, le habían dejado la casa en herencia. Los mapas habían sido realizados a mediados del siglo XIX, por tanto habían llegado a aquél lugar años después de haber sido trazados. Sin embargo, en principio no parecía existir una relación familiar ni de otro tipo entre el autor de los mapas y la familia que los había conservado. 

Durante el viaje de regreso David y Marta comentaban excitados la buena suerte que habían tenido al comprar la biblioteca y elucubraban sobre el desconocido autor de aquella cartografía, que presagiaba un hecho histórico de gran relevancia. Como gran aficionado que era a la historia David, nada más llegar a casa, extendió aquellas cartas sobre la mesa de su despacho para intentar comprender al menos lo que tenía entre las manos, sin llegar a imaginar que ese hallazgo iba a suponer un antes y un después en sus vidas, ajeno por completo a ese sabio, y en este caso premonitorio, dicho popular: Ay del pobre que encuentre un tesoro !








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