lunes, 17 de junio de 2013

I - CUANDO HUYÓ LA LUNA








I - CUANDO HUYÓ LA LUNA 


Érase una vez un hermoso y variopinto reino, abrazado por dos mares y un océano y puente entre dos continentes, circunstancias que habían marcado su destino. Desde los tiempos más remotos distintos pueblos y civilizaciones se habían asentado allí mezclándose entre ellos. Los viajeros iban y venían con sus exóticas mercancías y sus novedades, abriendo caminos y mentalidades. Sus habitantes, alegres, soñadores y aventureros,  también obcecados, egocéntricos y desorganizados, habían forjado a lo largo del tiempo un pasado glorioso y a la vez dramático. Aquél reino había sido gobernado por monarcas más preocupados en ensanchar sus territorios que en dar felicidad a sus súbditos. 




Como consecuencia de ello el pueblo sufría hambrunas y todo tipo de calamidades. Cada cierto tiempo aparecían los cuatro jinetes del apocalipsis en sus monturas de distintos pelajes: 

El caballo blanco va montado por un arquero coronado, el anticristo que, apoyado por el poder político, propaga victorioso el mal a través de la religión, haciendo al hombre prisionero de la ignorancia e impidiendo así el libre pensamiento. 

El jinete que cabalga sobre el caballo rojo lleva una gran espada y tiene como misión sembrar la guerra allá por donde va. Sobre el caballo negro va el jinete del hambre, provisto de una balanza para racionar el trigo. El de la montura baya es la mismísima muerte. 

Cuando llegan a un lugar arrasan sin piedad sumiendo a los humildes en la miseria más absoluta, para regresar de nuevo en cuanto el pueblo comienza a recuperase. Los reyes, lejos de ayudar a sus súbditos, colaboraban con los jinetes del apocalipsis facilitándoles el paso, e incluso aliándose con ellos cuando les convenía.


 

En un tiempo no muy lejano reinaba un tal Sonso XIII, quien sólo pensaba en divertirse y mantener sus privilegios sin darse cuenta que los tiempos habían cambiado. LLegó un día en que, desesperados de tanta miseria, los humildes de aquél reino se organizaron para defenderse. Sólo pedían ser respetados y poder vivir sin hambre y con cierta libertad.




Sonso XIII se dejaba aconsejar por los Karcas, nobles y grandes terratenientes que querían seguir igual para no perder sus privilegios y continuar viviendo tan opulentamente como siempre habían hecho a cuenta de la explotación del pueblo. Pero llegó un momento en que el amor del pueblo por su monarca se convirtió en odio y las revueltas por todo el reino fueron de tal magnitud que se vio obligado a partir al exilio.





Por primera vez en su historia aquél pueblo fue libre. Se constituyó en república y quiso gobernarse con los ideales de justicia y libertad. Pero los Karcas no se dieron por vencidos y urdieron mil formas para desprestigiar esos ideales. Les fue fácil, pues siempre habían tenido el poder y manipulaban a su antojo a un pueblo inculto y hambriento. Acababa de nacer también el fachangismo, movimiento político despótico y violento, liderado por José Antonio Primaveras e influenciado por el fachismo internacional.
Una parte del ejército se unió a los Karcas que, liderados por el general Chancro, utilizaron las armas con las que habían jurado defender al pueblo para oprimirlo, mientras otra parte se mantuvo fiel a la legalidad, es decir, a la República.  






Los chancristas comenzaron  una cruel guerra civil que obligó a luchar a hermanos contra hermanos. La ganaron con la ayuda del fachismo internacional, entonces en boga, liderado por Hitloco, Abusolini y Malazar, que contaron con la complicidad de las falsocracias, las cuales, saltándose todos los acuerdos y normas internacionales, no sólo miraron a otro lado, sino que impidieron que se ayudara a la joven república, a la que la karcacia internacional previamente se había encargado de difamar mediante campañas de prensa sibilinas.







Statuin, líder de los comenlomismo y presidente del Imperio Rojo, que había ayudado en un principio de manera interesada, retiró el apoyo a la joven república para dárselo al Imperio Amarillo, que ofrecía mejores perspectivas a sus intereses expansionistas. Más tarde incluso firmó un tratado de amistad y no agresión con Hitloco. Sólo el reino Azteca con su presidente Cárdenas se mantuvo fiel a la república, defendiéndola y apoyándola hasta el final. 













Fue la última guerra romántica. En ella colaboraron jóvenes de todo el mundo apoyando los ideales republicanos de libertad, igualdad y justicia, con una solidaridad llevada a sus últimas consecuencias: Los Brigadistas. Muchos dejaron la vida en tan altruista empeño. Pero Chancro ganó la guerra.





Comenzó entonces una noche tan larga, triste y tenebrosa que hasta la luna huyó aterrorizada. Sólo una estrella fugaz aparecía de vez en cuando : era la Esperanza. Pero estaba muy lejana.












No hay comentarios:

Publicar un comentario