viernes, 1 de febrero de 2013

EL ESPEJO

EL ESPEJO






Amanda era una compradora ocasional de antigüedades. No lo hacía como inversión ni tampoco como coleccionista. Era una soñadora cuyo único interés era la magia que desprendían estos objetos. Sentía algo especial cuando tenía entre sus manos alguno que había pasado a través de las vicisitudes de otras vidas y al que el tiempo había marcado con sus huellas. Siempre  imaginaba el recorrido de estas piezas, desde su nacimiento entre las manos de un artista o artesano, hasta llegar a la almoneda o mercadillo donde ella las había adquirido. Jamás las restauraba, pues le parecía que era robarles su esencia. Le gustaban tal cual le llegaban. Estos objetos eran para ella pequeñas piezas del puzzle infinito de los tiempos.









Una tarde en que Amanda paseaba como tantas otras por la parte antigua de la ciudad, un deseo repentino e imperioso la llevó hacia la tienda de un amigo anticuario. Conforme se iba acercando a ese pintoresco rincón, encrucijada de varias calles, le pareció que una luz nueva lo envolvía resaltando aún más su magia.

Cuando abrió la puerta no sonó el timbre habitual, sino una música sencilla y armoniosa que la cautivó al instante. Miró instintivamente hacia arriba y vio que, colgado de la puerta, había un original "llamador de angeles"  formado por distintas esferas cristalinas que rodeaban a un ángel dorado que se movía cada vez que alguien empujaba la puerta haciendo que las esferas chocaran entre ellas, de ahí esa música tan mágica.

Una vez dentro del local comprobó que el precioso llamador no era la única novedad. Salió a atenderla un desconocido que, curiosamente, llevaba al cuello un original colgante, una miniatura del "llamador de ángeles". Amanda preguntó por el propietario, a lo que el desconocido respondió que había salido de viaje dejándolo a él al frente del negocio durante un par de semanas. Un poco incómoda, Amanda le aclaró que había ido de visita y que volvería otro día. Se despidió cortésmente, pero cuando se disponía a salir oyó pronunciar su nombre. Al volverse comprobó sorprendida que era el desconocido quien la llamaba. Amanda lo miró interrogante, pero él no le dio explicaciones, sólo le dijo de manera impersonal que su amigo había dejado para ella un regalo muy especial que sabía de su gusto.








A continuación le hizo un gesto con la mano para que lo siguiera y se metió en la trastienda. Amanda fue tras él dócilmente, un poco por compromiso, pero también por curiosidad, mas no sin cierta inquietud por la actitud extraña y misteriosa del desconocido, que se acompanaba además de un físico atemporal.

La trastienda comenzaba en un pequeno despacho y terminaba en un arco cubierto por una cortina que daba paso a un almacén lleno hasta los topes de esas maravillas de Indias que tanto la fascinaban. Conocía bien ese almacén. Sabía de su luz intensa, ya que todas las lámparas se iluminaban a la vez, produciendo de manera premeditada un efecto casi hipnótico sobre los clientes, luz que Amanda siempre había encontrado molesta e incluso irreverente. 

Pero esta vez era una luz tenue y azulada la que se iba encendiendo, iluminando paredes, muebles y estanterías conforme iban avanzando, lo que producía una sensación indefinida de límites inciertos. Caminó con el desconocido unos metros hasta llegar a un rincón donde había un espejo de pie ovalado con una doble luna. Una era de un vidrio tan negro y brillante que parecía terciopelo. La otra, plateada y fría, emitía un reflejo semejante al del agua. Ambas lunas devolvían una imagen nítida. El pie era sencillo y, al igual que el marco, de una especie de ámbar de color rojizo.

El espejo no encajaba en ninguna época ni estilo artístico, tenía esa atemporalidad del arte muy antiguo o muy moderno. Se enamoró de él nada más verlo. Como a pesar de las apariencias era ligero, lo metió en su coche y se despidió del desconocido.







Al llegar a su casa puso el espejo en un pequeno vestidor anexo al dormitorio. Lo admiró y se admiró en las dos lunas durante un buen rato. La luna negra reflejaba a una Amanda desconocida, cuya imagen tenía una expresión que la inquietaba. Decidió no mirarse en esa luna.

A la mañana siguiente se despertó más ligera que de costumbre. Al mirarse en el lado claro del espejo para darse el último retoque vio que su rostro había adquirido una luminosidad especial: su melena negra tenía ahora destellos azulados, sus ojos verdosos habían adquirido tonos ámbar que antes no tenían. Se extrañó de esa imagen, pero como mujer coqueta que era quedó cautiva de ella.

Lo que empezó siendo algo casual terminó por convertirse en un rito donde cada noche Amanda se miraba desnuda de cuerpo y alma en el espejo. Poco a poco su imagen se iba transformando hasta convertirse en otra Amanda, la Amanda que siempre había soñado ser. Durante un buen rato permanecía sumida en una rara hipnosis de la que cada vez le costaba más salir. Después se dormía dulcemente.








Un mismo sueño se repetía cada noche: Al salir de su casa una extraña fuerza la arrastraba por espacios indefinidos que le producían sensaciones y visiones jamás percibidas, hasta llegar a un lugar lleno de armonía donde se contemplaba a sí misma en todas sus edades. Su anfitrión era el hombre misterioso de la almoneda, a quien ella seguía, avanzando sin tocar el suelo hasta llegar a una cortina de luz muy intensa que él invitaba a traspasar y tras la cual desaparecía, pero en el momento en que Amanda iba a cruzar algo se lo impedía. Despertaba entonces repentinamente, con una mezcla de sensaciones que iban desde la impotencia a la melancolía, pasando por un cierto temor a lo desconocido. 






Una tarde decidió visitar al anticuario para agradecerle el regalo, preguntar por los exóticos materiales del espejo y, cómo no, por el desconocido que invadía sus suenos. Al empujar la puerta no escuchó la música que había sonado la última vez, sino el timbre de siempre. Miró hacia arriba y vio que ya no estaba el bonito " llamador de ángeles ".
El anticuario la recibió con una sonrisa de alegría, bromeando sobre el largo tiempo en que ella no lo visitaba. Amanda empezó por agradecerle el regalo, preguntándo después por el viaje, a lo que su amigo respondió extrañado que no había viajado ni tampoco le había hecho ningún regalo. Amanda entonces le habló atropelladamente del desconocido, de la extrana belleza del espejo y del " llamador de ángeles ". Su amigo la contemplaba desconcertado con una media sonrisa entre la ironía y la incredulidad. Se despidió de él un poco avergonzada y con el compromiso de enseñarle el espejo.






Esa noche Amanda examinó con detenimiento el espejo. De pronto reparó en una marca casi imperceptible en la parte inferior del marco, que se abrió al hacer una suave presión, dejando al descubierto un escondrijo que contenía una cadenita con un colgante igual al " llamador de ángeles " del desconocido que le había regalado el espejo. Había también un pergamino antiguo escrito con extranos caracteres, que sin embargo Amanda leyó sin dificultad:

"Este doble espejo es una puerta para pasar a otros mundos paralelos. El marco está hecho con ámbar rojo formado con la primera sangre de la naturaleza. El ,cristal oscuro es obsidiana negra nacida en las entrañas más profundas de la tierra, cuando todavía no existía la luna. Refleja tu lado materialista y es la puerta para entrar al mundo donde se cumplirán todos tus deseos. La luna clara está hecha con el hielo forjado cuando la tierra aún no estaba iluminada por el sol. Refleja tu lado positivo y es la puerta que te llevará al mundo del conocimiento y de la luz. Desnúdate, ponte el colgante, y una vez frente a la luna que hayas elegido en función de tu deseo, hazlo sonar. Si eliges la luna de obsidiana negra aparecerá la neblina estrellada y brillante de tus sueños. Detrás verás que está tu ángel. Atraviésala sin temor, te conocerás a ti misma. Si eliges la luna de hielo aparecerá la cortina de luz de tus sueños. Detrás de ella estará también el ángel. Atraviésala sin temor, conocerás el universo ".

Amanda comprendió entonces el significado de su sueño e hizo paso a paso lo que decía el pergamino entrando sin temor y con una sonrisa en la cortina de luz.





Un hombre caminaba por la ciudad vieja cuando de pronto sintió que una fuerza lo atraía hacia un rincón pintoresco, encrucijada de varias calles, donde había una almoneda en cuyo escaparate un fantástico espejo emitía un brillo especial. Inmediatamente pensó que aquél espejo sería una adquisición rentable. El hombre empujó la puerta. Al abrirse sonó una música especial que lo cautivó al instante. Salió a atenderlo una mujer morena, de ojos verde ámbar y de edad incierta. De su cuello colgaba un pequeno llamador de ángeles.....







  






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